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jueves, 4 de marzo de 2010

Pasado

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Poco a poco me voy dando cuenta de que la peor trampa que me puedo tender yo mismo es justo la de perderme en el pasado o lo que es peor, más que perderme en él; traérmelo aquí al presente e intentar llevármelo hacia el futuro a base de ensoñaciones y esperanzas frustrantes. Hoy me he dado cuenta de que no tengo más que bajar la guardia, o mejor dicho la conciencia, un poquito para que el pasado asalte mi presente y se haga con todo de manera en que me convierta en una mera prolongación de lo que fui o aun peor; de lo que pienso que fui; ahora en el presente. Es fácil caer, siempre necesitamos algo con lo que identificarnos y el pasado ofrece la facilidad de la papilla que ya está digerida, el pasado engaña doblemente, con el señuelo del no esfuerzo y con la mentira de de los recuerdos que por cierto son tan sólo eso, recuerdos y que nunca son una fotografía perfecta de lo que ha sido. Pueden ser “buenos” o “malos”, eso da igual, los recuerdos engañan y el pasado agarra sobre todo si le dejas que te agarre y te haga olvidar la mayor cualidad que tiene el presente; su pureza, su limpieza, la libertad que ofrece no ser más que lo que eres en este justo momento, un ser limpio y puro capaz de hacer cualquier cosa que te permita este cuerpo y esta mente en los que se esconde tu alma aunque eso sí, siempre con un poco de esfuerzo.

El cuento de Lucio

El sol ya se ponía y Lucio trotaba cansado por el peso del amo y de toda la impedimenta, apenas podía con su alma y sin embargo tenía que poder con el peso del pesado que se sentaba a horcajadas sobre su lomo. El amo le azuzaba, le pegaba patadas en el vientre y golpes con la fusta, tenía prisa y no entendía que Lucio tenía tanta prisa como el, que el pobre burro también se moría de ganas de llegar al cortijo y masticar la rica alfalfa del fin del día, pero que no podía ir más rápido porque simplemente estaba cansado.
Cuando el sol ya se había puesto, llegaron al cortijo. El amo se bajó de su lomo profiriendo blasfemias, enfadado y violento. Inmediatamente arrastró de el hasta el cobertizo y después de atarlo al pesebre, se fue cerrando la puerta, ¡sin echarle su merecida ración de alfalfa!.
¡Mi alfalfa!, fue el primer pensamiento de Lucio tras ver la puerta cerrarse. Y ése fue su pensamiento durante su primer lapso de tiempo, solo, hambriento y cansado en el cobertizo. Tenía hambre y no había alfalfa para aplacarla, miró a todos lados y no encontraba nada y para colmo su movimiento estaba marcado por la cuerda que lo ataba... ¡la cuerda!, la cuerda era de esparto y él tenía hambre así que...; la cuerda estaba dura de masticar y peor de digerir, pero no había otra cosa y él tenía que comer algo, así que se empleó en masticar.
Parece mentira lo que el hambre le lleva a hacer y sentir a uno; pero aquella cuerda le sabía a gloria, Lucio se empleó un buen rato a consumir cuerda, hasta que ya no quedó más que lo que no podía alcanzar con su boca. La cuerda sabía a gloria, pero ya no quedaba más y Lucio seguía con hambre, así que se empleó a buscar comida por el cobertizo... dios allí no había más que aperos de labranza, ¿qué hacer?. Lucio miró la puerta, sabía el camino y sabía lo que había más allá, pero nunca había recorrido ese camino sin alguien que lo dirigiese el amo, que estaba enojado. ¡Qué hambre!.
La coz fue automática, lo más curioso fue que ni lo pensó, simplemente pegó la coz y salió corriendo, sabía donde había hierba, lo había visto miles de veces durante sus innumerables idas y venidas del huerto a la casa. Mientras cabalga en busca de alimento, Lucio constató lo cómodo que se iba sin nada encima del lomo o sin tener que tirar de algo, o sin tener que empujar una noria, casi había olvidado esa sensación, que ligero se iba. Casi sin darse cuenta, Lucio llegó al prado de hierba y empezó a comer hierba, qué buena sabía, ¿por qué sabía tan buena?.
Gritos desde lo más profundo de la noche, era el amo, claro está que sabía donde encontrarlo porque todos los caminos de su vida los había realizado con el encima del lomo. Lucio tenía que pensar rápido, ¿dejar que lo cogiera?, Lucio tenía miedo, ¿salir corriendo adónde el amo no podría encontrarlo? eso le daba terror, pero estaba tan bien lo de ir sin nadie encima del lomo, la alfalfa del cobertizo ya sabía a poco, la rutina con el amo ya parecía aburrida...
Lucio salió corriendo como alma que lleva al dios Hermes por dentro, corrió como nunca, hacia lo desconocido, cualquier recuerdo del pasado le pareció digno de olvido; Lucio salió corriendo perdiéndose para su amo y encontrándose él mismo. Todo fue más difícil, sobre todo al principio, ahora nadie le ponía la alfalfa en el pesebre, pero tampoco llevaba a nadie encima del lomo; todo era más difícil ahora, pero más maravilloso, Lucio era dueño de su ahora, Lucio no llevaba a nadie en el lomo, ni dormía atado por las noches.

autor Alejandro Raúl Fontalva Moreau